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La Filmoterapia

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Conmoverse o asustarse o enternecerse o enfurecerse, llorar o reír viendo una película o una serie de televisión es exactamente lo que queremos que nos pase. Sentados en la silla favorita y teniendo al frente un espejo de nuestras emociones, pero estando “a salvo”.  ¿Realmente es así?  ¿Es cierto que en la visión de una ficción estamos a salvo de nosotros mismos? 

En La Historia Sin Fin de Michael Ende, Sebastián, el protagonista, reconoce que leer el libro es peligroso porque se da cuenta de que lo que le pasa a Atreyu, el protagonista, le está pasando a él mismo en una dimensión de su mente que no conocía.  ¿Y eso no es acaso lo que nos pasa siempre que estamos frente a una historia de ficción que por su gran calidad nos altera la percepción y nos vuelve parte de la historia?

Es interesante, por ejemplo, el hecho de que Batman sea uno de los superhéroes más apreciados por los adultos contemporáneos.  Más que Superman u otro engendro con súper poderes.  Identificarse con Batman es mucho más probable que con el “hombre de acero”, Batman se parece a nosotros.  Al fin y al cabo, no es más que un ser humano lleno de motivos para luchar contra el mal.  Batman es, en medidas distintas un hombre común y corriente que decidió derrotar al miedo y para eso no se tiene sino a sí mismo.  El batimovil y la baticuerda son algunas herramientas que siempre requieren del ser humano que las maneja, Batman cuenta consigo mismo, como nos pasa a todos.

En distintas medidas cada historia que vemos en el cine o en la televisión es un espejo de nuestro universo interno y por esa misma causa las soluciones de la ficción comprometen la visión que tenemos de nuestra realidad.  

Hay una estupenda novela de John Katzenbach, El Psiconalista, un thriller policíaco que en el primer párrafo captura hasta la última página en la que Katzenbach nos aterroriza con la amenaza que un ex paciente le hace a este médico y en medio de un divertimento alejado de cualquier intención terapéutica el autor nos enfrenta a la tesis fortísima de que algunas veces, en la vida, hay que morir para seguir viviendo. Claro, la amplificación de la anécdota de la novela la aleja de lo cotidiano, pero ¿no es la realidad que le vida entera es una sucesión de muertes y alumbramientos?  Morimos a la infancia, a la juventud, a la inocencia, al cobijo del hogar, para nacer a nuevas dimensiones como la vida adulta, la propia familia, la soledad de la existencia, la autonomía.

De eso se trata la filmoterapia. Más que un procedimiento médico la asumo como una palabra sofisticada y técnica para un hecho inalienable: Cuando estamos frente a una historia es inevitable que nos busquemos en ella.

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